( En el fuerte)
Eugenia y Natalio están pasando un fin de semana largo en Colonia. Ella es una mujer de
48 años, alta y delgada. No es bonita pero tiene un estilo juvenil acorde a su edad. Está
separada desde hace siete años. Él es un hombre ocho años mayor que ella, con unos
kilitos de más. Divorciado desde hace diez años. Con hijos grandes también y un nieto
recién nacido. En este momento están en la zona de la muralla, junto a la puerta de
entrada de la Ciudad Histórica. A un costado, el puente-puerta de madera oscura, las
cadenas gordas, negras, que lo sostienen, escaleras de piedra en medio de la loma de
pasto para subir hasta la muralla. A la derecha, sobre los adoquines grandes e irregulares,
las mesitas de un café aprovechan los rayos del sol de una mañana de otoño. Arriba, la
muralla, los cañones. Del otro lado de la muralla, se despliega el río. La zona está llena de
turistas. Además del castellano, hay voces en inglés, italiano, alemán, francés. Grandes y
chicos. Gente cargando sus mochilas, otros con el mate en la mano y el termo bajo el
brazo. Allí casi no circulan autos; es una parte de la ciudad que se camina. Por entre las
ramas de árboles añosos, refugio de cotorras y palomas, se cuela el sol y se puede ver el
faro, cuyo acceso está apenas a unas cuadras, camino al río.
.
Natalio: (subiendo la loma y respirando con dificultad por el esfuerzo) Vení Euge! Vení,
subí!
Eugenia: (lo mira y sonrie. No responde)
Natalio: (desde la cima de la loma, mirando el paisaje más allá de la muralla) Vení Euge.
Subi! Qué lindo es esto, che!
Eugenia: (mira la loma de pasto, mira las escaleras de piedra. No responde)
Natalio: (desde arriba, se da vuelta y la mira) Subí! Dale!
Eugenia: Tengo tacos.
Natalio: Usá la escalera. No, no, pará! Te bajo a buscar. (Se lanza corriendo hacia abajo
por la loma) Iujuuuuuuuuuu!!! (le agarra un acceso de tos por el esfuerzo y por el
entusiasmo. Se abraza a ella para sostenerse, juguetonamente).
Eugenia: (lo abraza, sosteniéndolo mientras se le calma la tos.) Qué vergüenza, todos
nos miran.
Natalio: ¿Y qué?
Eugenia: (hace una mueca, levanta las cejas)
Natalio: Dale, vení, subamos (la agarra de la mano y empiezan a subir por las escaleras)
Eugenia: Haber sabido me hubiera puesto las botas de taco bajo.
Natalio: (al llegar arriba, le pasa el brazo por sobre su hombro) Mirá qué lindo! Se ve
Buenos Aires allá lejos. O allá cerca, no sé. Viste que a veces se puede estar lejos pero
cerca?. O estar cerca pero lejos, no? (se queda mirando la lontananza, pensativo) No te
parece?
Eugenia: Ni idea.
(Se quedan un rato en silencio. Natalio mirando el río; Eugenia mirando a la gente
alrededor).
Eugenia: (en voz baja) Qué hija de … la franchuta! El bolso nuevo de Louis Vuitton tiene.
Natalio: (Natalio la interrumpe con un grito sorpresivo) Galeón enemigo a la vista!!!
Eugenia: (riendo un poco forzada) Qué ocurrente!
Natalio: (con voz impostada) Será necesario que proteja a mi dama. Se sabe que los
corsarios abusan de las mujeres que toman como rehenes.
Eugenia: poray la paso bien… (y agrega en voz baja, como para sí misma) para variar,…
Natalio: (sin haber escuchado el último comentario de Eugenia. Con ademanes
exagerados, arrodillándose ante Eugenia, agarrándole la mano, siempre con voz
impostada y esta vez en voz bien alta como para que los demás escuchen claro) Lo
prometo, mi dama. Este caballero está dispuesto a dar su vida por salvar tu honor.
Eugenia: (incómoda) Bueno, bueno, podés parar de gritar que me da vergüenza?
Natalio: ¿No se puede ser espontáneo, che, jugar un rato?
Eugenia: Si, espontáneo sí. Papelonero, no.
Natalio: (hablando como en secreto, para irse al otro extremo) Ven mi doncella. Te llevaré
en mis brazos hasta ponerte a salvo allí abajo.
Eugenia: (riendo un poco forzada, haciendo un esfuerzo por ponerse acorde al buen
humor de Natalio) Ni se te ocurra (y empieza a bajar las escaleras).
(Natalio, muy sonriente, va bajando detrás de ella. Casi llegando, le pellizca con suavidad
la cola. Eugenia se asusta y se tuerce el pie).
Eugenia: La puta madre! Se me rompió el taco.
Natalio: (para sí mismo) Uy, sonamos, con esto ya no se jode. (Agarrándola del brazo)
Vení, Euge, dejame ayudarte. Vamos a sentarnos ahí. (Empiezan a caminar hacia el café
que se ve ahí cerca. Eugenia se va apoyando en el brazo de Natalio, rengueando, con el
taco roto en una mano).
Eugenia: Estas piedras de mierda…
Natalio: Bueno, si me dejás que opine, no es culpa de las piedras. Te viniste con unos
zapatos que no son los adecuados.
Eugenia: Y yo cómo iba a imaginar que me traías a un lugar así?
Natalio: Así cómo?
Eugenia: Así, todo rústico.
Natalio: Esto es colonial, no rústico.
( Llegan al café y se sientan en una de las mesitas. Natalio acomoda la silla para que
Eugenia se siente)
Natalio: Vos quė querés, Euge?
Eugenia: Un café. (se mira el zapato con el taco roto). Qué porquería, che, estos eran re
buenos!
Natalio: No querés una medialuna? Mirá qué pinta tienen! (se levanta y camina hacia el
mostrador donde están exhibidos los dulces).
Eugenia: No, un café nomás. (sigue ocupada con sus zapatos) Me parece que no se van
a poder arreglar.
Natalio: (en voz alta desde el mostrador) Dale, compartimos unas medialunitas.
Eugenia: (responde en voz normal mientras Natallio viene caminando) No, Natalio,
gracias. Pedítelas vos si las querés. Yo solo quiero un café.
Natalio: (Se sienta. A la camarera) Dos cafés grandes, uno cortado. Tres medialunas.
Esas de grasa de ahí (señalando al mostrador), y ese pastelito de manzana con forma de
corazón.
Eugenia: (cuando la camarera se retira). Todo eso te vas a comer? Hace una hora que
terminaste de desayunar.
Natalio: Lo pedí para compartir.
Eugenia: A mi no me gusta picar entre comidas.
Natalio: Bueno Eugenia, es que siempre sos tan estructurada. Al desayuno se desayuna,
al almuerzo se almuerza, a la cena se cena.
Eugenia: Ah, sí? Estructurada. Y vos que hacés al desayuno? No desayunás acaso? Y
qué hacés al almuerzo? No almorzás?
Natalio: Sí. Pero después me gusta permitirme unos gustitos entre medio, sobretodo en
vacaciones. (Suena el celular de Natalio. Mirando el celular) Es Marita. (atiende) Marita,
hija, qué alegría que llames!! (…) sí, bárbaro, lo estamos pasando bárbaro (…) Sí, Eugenia
también…creo (Eugenia hace gestos irónicos) )(…) Contame vos, hija. Cómo está
Nicolacito? (…) Sí, hija, así son los primeros meses. Vos tampoco nos dejabas dormir a tu
madre y a mí. (…) Sí, ya sé. Pero vale la pena. (…) bueno (…) claro, sí, el chupete sí (…)
No, nosotros muy bien, la verdad que bárbaro. Me llevé una sorpresa con Colonia. No me
imaginaba que era tan linda. (…) Sí, el día está lindisimo, y la temperatura genial. (…)
Bueno, Marita, gracias por llamar. Los extraño mucho (…) Chau (…) Yo también, chau,
chau.
Eugenia: Qué dice tu hija?
Natalio: Que todo bien. Que Nicolás no los deja dormir de noche y que escupe el chupete
todo el tiempo. Pero nada, en realidad quería saber cómo estábamos.
Eugenia: A mi mis hijas no me llaman todo el tiempo. A veces me parece que tus hijos
todavía no crecieron. (Natalio no responde al comentario). Yo creo que son un poco
infantiles.
(Natalio, va a comenzar a decir algo pero justo llega la camarera y empieza a acomodar el
pedido en la mesita redonda, que queda un poco chica para tantas cosas que trae).
Eugenia: (cuando la camarera se retira) A esto llamás gustitos? Sos un gordo,
Natalio!,.Con esto subís tres kilos.
Natalio: (Corre la silla y se para al lado de la mesa, se agarra la panza). No es para
tanto, mirá. Los bajo cuando vuelvo a Buenos Aires.
Eugenia: (mirando hacia las otras mesas preocupada por si los están mirando) Podés
sentarte, por favor? (espera a que Natalio se siente) Desde que te conozco sólo fuiste
para arriba. No te vi bajar ni un gramo.
Natalio: (corre un poco hacia el costado la taza de café de Eugenia y acomoda delante de
ella el plato con el pastelito de manzana en forma de corazón). Para la reina de mi
corazón (se incorpora apenas de la silla y le da un besito).
Eugenia:(enterneciéndose, pero un poco forzada) Sos terrible, Natalio. Gracias.
Natalio: Mmmmm Mmmmmmmm, qué delicia! Así calentitas con almíbar me encantan.
Mmmm, qué manjar!
Eugenia: (Con la taza en la mano, disimulando las palabras, mirando de reojo a las otras
mesas) Probá de no hablar con la boca llena, dale?
Natalio: (Haciendo caso omiso del comentario) Y tu pastelito? No lo probás?
Eugenia: No. No quiero picar entre comidas. Además tiene azúcar negra que odio.
Natalio: Bue… siempre alguna historia. (como para sí mismo) Desde cuándo lo del azúcar
negra? (estirando el brazo hacia el pastelito, se arrima el plato.) Dejá que después me lo
como yo. (Natalio sigue comiendo) Mmmmm. Qué medialunas!
(Quedan unos instantes en silencio. Él, con su café y medialunas. Ella mirando lo que
hace la gente alrededor).
Eugenia: Desde que llegamos todo pasa por la comida. (Natalio sigue comiendo sin
responder al comentario) No te diste cuenta?
Natalio: No. (silencio) Bah, no sé a qué te referís.
Eugenia: Que lo único que hacemos es pensar a dónde vamos a ir para la próxima
comida.
Natalio: La verdad es que me gusta comer y me parece parte del paseo. Un rico
almuerzo, buen vinito, una siestita abrazaditos. Después un té completo en lo de esa
argentina. Qué lindo lugar que montó esa mujer, eh?
Eugenia: Sí. Igual, los lugares de acá no son tanto mi onda.
Natalio: ¿Porqué?
Eugenia: Me gustan lugares más elegantes, o más cool.
Natalio: No sé lo que sería más “cool” (exagera la palabra burlonamente). A mí me
parecen lindos y sobre todo muy románticos. Todos, eh? Miro uno y otro y todos me
parecen románticos. (Eugenia hace una mueca como comentario. Natalio se acerca a ella
por sobre la mesa con cara de pícaro y habla en vos que pretende ser sensual) ¿Y de la
siestita, que me decís?
Eugenia: Hace rato que abandoné las fantasías de la siesta. Te dormís como un chancho.
Natalio: Sí, me duermo, pero siempre te abrazo, o no?
Eugenia: Qué útil.
Natalio: (obviando conscientemente el comentario) Pedimos la cuenta? Quiero ir para la
zona del faro antes del almuerzo. Hay un restaurancito con un patio de santarritas en flor
que te va a encantar. Después nos quedamos a comer ahí.
Eugenia: ¿Ves? Ya pensando en la próxima comida.
(Natalio le hace un gesto a la camarera para que traiga la cuenta. Se quedan un rato en
silencio. Se ve que Natalio está disfrutando del sol que va entibiando la mañana.
Entrecierra los ojos)
Natalio: (con los ojos cerrados y la cabeza levantada, como captando los sonidos) ¿Oís,
Euge?
Eugenia: ¿Qué?
Natalio: (siempre con los ojos cerrados) Los pajaritos….también escucho cotorras…y las
olitas del río. (Abre los ojos y la mira. Justo la agarra a Eugenia haciendo una mueca de
“qué pelmazo”. Eugenia se pone mal porque justo Natalio la vio. Agarra la taza de café
para esconderse tras ella, pero ya no hay café). Te vi, Eugenia. A veces me hago el idiota,
pero te vi. ¿Cómo puede ser que nada de lo que estamos haciendo te parezca lindo?
Eugenia: (Decide ser franca y no disimular mas) Ayer disfruté. Pero ya está. Este lugar
no da para más que un día. Ponele, llegar un día y quedarse a dormir, pero ya basta. Hoy
pasar el día escuchando los pajaritos y mirando la lontananza en el río me parece
deprimente.
Natalio: Sos increíble. No tenés ni un pelo de romántica.
Eugenia: Nada que ver! ¿Porque no me llevás a Nueva York y te muestro qué romántica
que puedo ser? Hotel cinco estrellas, shopping, Broadway. Después si querés vamos al
Central Park. Ese es un parque romántico!
Natalio: ( haciendo una mueca de disgusto)
Eugenia: Vida. Tiene vida. Nueva York tiene viiiiidaaaaaaaa!. No como este mausoleo.
Qué vejestorio! Casas viejas, calles viejas, piedras viejas, autos viejos. Deprimente!
Natalio: Ahora sí que no me caben dudas de que arruinaste el momento. Rompiste toda
la magia. Me había estado anticipando a este viaje con tantas expectativas!
Eugenia: ¿Expectativas de qué?
Natalio: Expectativas de pasarla bien con vos, de estar tranquilos, de disfrutar de un rato
de lectura, de pasear sin rumbo, sin apuro.
Eugenia: Bueno.
Natalio: Bueno ¿qué?
Eugenia: Bueno lo lamento por vos. Yo no venía con expectativas . Y veo que no me
equivoqué.
Natalio: ¿Qué? No querías venir? Si sos vos la que siempre estaba diciendo que desde
que salimos juntos nunca nos fuimos de viaje a ningún lado.
Eugenia: Sí, ya sé. Pero esto, para mi, no es la idea de un viaje.
Natalio: ¿Ah, no? ¿Esto no es la idea de un viaje? ¿Tomarnos viernes, sábado y domingo
para venir a Colonia no es la idea de un viaje?
Eugenia: No.
Natalio: Ah, ya entiendo. La idea de un viaje es por lo menos una semana en Nueva York
en el Waldorf Astoria. Si no, la señora se deprime.
Eugenia: Mirá, si te burlás de mi no hablamos más!.
Natalio: Bien… Mejor… No hablemos más.
(Se quedan un momento en silencio. Ella mirando a la gente. El agarra unas servilletas y
empieza a envolver el pastelito).
Eugenia: (horrorizada, en voz baja, mirando hacia las mesas del costado, remarcando
cada palabra) ¿Qué estás haciendo?
Natalio: Envolviendo el pastelito.
Eugenia: Sí, ya veo. (Le saca el pastelito y la servilleta de la mano, atropelladamente
pero mirando hacia los costados a ver si de las mesas los miran).
Natalio: (Recupera el pastelito) Pará, ¿qué hacés?
Eugenia: (Agarra el pastelito de nuevo). Dame acá, querés (mientras desenvuelve el
pastelito y lo acomoda de nuevo en el plato). Qué maleducado, ¿cómo te vas a llevar el
pastelito?
Natalio: ¿Qué tiene? Ahora no lo quiero comer, pero al despertame de la siesta me va a
encantar.
Eugenia: Por favor, Natalio. Esto sí que ni se discute. Acá no se acostumbra llevarse el
doggie bag. Es un oprobio.
(Llega la camarera con la cuenta. Natalio se pone a buscar el dinero en el bolsillo,
Eugenia aprovecha para desenvolver el pastelito y lo coloca sobre el plato. Eugenia mira
con envidia a una mujer, más o menos de su edad, de pelo largo, castaño, que pasa
caminando, segura en su andar, con jeans ajustados dentro de unas botas de taco alto y
una linda cartera colgada como bandolera. Natalio termina de pagar y la camarera se
retira).
Natalio: (olisqueando el aire como lobo siguiendo un rastro) Reconozco ese perfume.
(Mira a su alrededor, ve de espaldas a la mujer de botas de tacos que acaba de pasar al
lado de ellos y llama) Laura !
(La mujer se da vuelta y ve a Natalio)
Laura: Natalio !!
Natalio: ( Natalio se levanta de la silla y camina unos pasos hacia ella. La saluda con un
beso y un abrazo) Laurita ! Qué gusto verte, qué sorpresa!
Laura: (cómoda en el abrazo) Qué lindo encontrarte!
Natalio: (suelta el abrazo, la sostiene aún de ambos brazos, se aleja un poco de ella para
mirarla) Che, que linda estás! (la mira un instante callado y agrega, como viendo
interiormente imágenes del pasado ) Parece que no hubiera pasado nada de tiempo. (Se
recupera) Qué andás haciendo? Estás paseando? (dando una mirada rápida alrededor)
¿Estás sola?
Laura: Me vine a pasar el finde a Colonia.
Natalio: ¿Sola?
Laura: Sí. Sabés que me gusta disfrutar de mis momentos. Me traje cosas para escribir
en paz.
(Eugenia tose forzada desde la silla. Natalio se acuerda de ella, mira hacia la mesa, mira
a Laura)
Natalio: (a Laura) ¿Te tomás un café?
Laura: Dale
(Natalio agarra a Laura de la mano, llevándola a la mesa. Las presenta).
Natalio: Laura, Eugenia.
(Laura se agacha para saludar a Eugenia. Eugenia apenas se incorpora, con un rictus por
sonrisa y se saludan con un beso. Natalio acerca una silla de la mesa de al lado. Laura se
sienta).
Natalio: Contame, Laura, ¿qué es de tu vida? Hace cuánto que no nos vemos? Como tres
años, ¿no?
Laura: Sí, exactamente tres años. Yo, todo bárbaro. Mis hijos haciendo felices cada uno
su vida y yo muy entusiasmada con nuevos proyectos literarios. ¿Y vos?
Natalio: Yo también, bárbaro. Marita tuvo un bebé hace dos meses, Nicolás. Y me vine a
pasar tres días a Colonia, a disfrutar de esta paz y del tiempo en cámara lenta. (Eugenia
hace una mueca cuando escucha que Natalio habla en primera persona, sin incluirla a
ella. Lo patea por debajo de la mesa. Natalio se hace el que no nota nada).
Laura: A mí lo que me encanta de este lugar es que el tiempo parece detenido en la
época de la Colonia. Miro estas calles empedradas y me imagino a las mujeres de
vestidos largos con miriñaque caminando hacia la iglesia el domingo al mediodía. Como
que me transporto a otra época.
Natalio: (con entuasiasmo) ¿Querés que te muestre los galeones que descubrí en el río?
Laura: ¿Qué galeones?
Natalio: (por primera vez mirando a Eugenia desde que se sentó Laura). No te importa,
Euge, ¿no? (sin esperar respuesta) Le voy a mostrar a Laura mis galeones. (Se levanta
rápido de la mesa y la agarra a Laura de la mano. Se van los dos corriendo y riéndose
hacia las escaleras que suben hacia la muralla).
Eugenia: (a un Eugenio imaginario) Sí me molesta, Eugenio. Cómo no me va a molestar
que te vayas con esta putarraca y me dejes sola en la mesa? Maleducado! ¿Quién te
pensás que soy? (imitando burlonamente a Laura) “Miro las calles empedradas y me
imagino a las mujeres con miriñaque caminando hacia la iglesia al mediodía. Como que
me transporto a otra época”. Putarraca calienta pavas! ¿Quién se creen que soy? (Los ve
riéndose arriba de la muralla, mirando hacia el río. Se queda mordiéndose el labio
inferior). Pero qué hace? Noooooo!!!!! Nooooooo!!! No puedo creer que la va a bajar en
brazos! Pero que pedazo de ……
(Natalio y Laura llegan acalorados de risa a la mesa. Eugenia incómoda por si la gente de
alrededor los mira).
Laura: Por Dios, Natalio No cambiaste nada! Seguís siendo el mismo romántico de
siempre! Sos divino!
Eugenia: (Metiéndose en la conversación de la cual no tenían intención de hacerla
partícipe) Sí, es divino, ¿no?
(Laura la mira pero no responde. Se hace un instante de silencio incómodo. Eugenia se
acomoda en la silla, arregla nerviosamente el platito del café en la mesa). Natalio, digo, es
divino…..y romántico….y desde que estamos juntos…
Natalio: (Natalio la interrumpe. Agarra el platito con el pastelito con forma de corazón que
había quedado sobre la mesa y se lo arrima a Laura) Mirá Laura! Ni que te hubiera estado
esperando! Un corazón por nuestro reencuentro!!
Eugenia: Pero es mi paste….
Natalia: No te hagas problema, Laura. El pastelito tiene azúcar negra, que Eugenia
“odia” (remarca la palabra). Y además Eugenia también “odia” picar entre comidas.
Laura: Bueno. A mi me encanta el azúcar negra. (Agarra el pastelito y sensualmente le da
un mordisco). Mmmm… Qué delicia!
Natalio: (a Laura) ¿Me das a probar?
Eugenia: Natalio!
(Laura le acerca a Natalio el pastelito a la boca. Natalio un mordisco. Eugenia, incómoda,
mira a las otras mesas para ver si los miran).
Eugenia: Natalio!
Natalio: ¿Qué, Eugenia?
Eugenia: Voy al toilette.
Natalio: Andá, Eugenia.
(Eugenia se levanta decidida y cuando empieza a caminar recuerda que tiene el taco roto.
Se pone nerviosa y por un momento duda en volver a sentarse, pero se pone a caminar
como puede hacia el baño, con el pie derecho de puntita tratando de compensar la
ausencia del taco, sosteniéndose con las mesas. Camina sintiendo las miradas de todo el
bar sobre su espalda. A mitad de camino, se da vuelta y empieza a volver, renguenado.
Se sienta, turbada, se arregla el sweater y el pelo).
Natalio: ¿No ibas al baño?
Eugenia: Al toilette. Iba al toilette. Pero ya no tengo más ganas. En realidad, Natalio, me
gustaría que ya nos fuéramos para la zona del faro y me muestres ese restaurante que
me dijiste hace un rato.
Natalio: Por favor, Eugenia! ¿Pero vos siempre pensando en la comida?.Estamos
tomando el café y ya estás pensando en el almuerzo! ( Eugenia pone cara de sorpresa).
Así no vas a poder bajar esos kilitos que te molestan! (Eugenia abre la boca para
empezar a hablar pero Natalio sigue hablando). Desde que te conozco sólo fuiste para
arriba con el peso!
Eugenia: Pero Natalio, qué estás diciendo? (levanta un poco la voz). ¿Te volviste loco?
Natalio: Eugenia, por favor. Bajá la voz. No hagas de tus habituales papelones. ¿O querés
que toda la gente nos mire?
Laura: (no queriendo presenciar este tema de la pareja) Creo que voy a seguir mi paseo.
Hay algunos rinconcitos que me gustaría todavía visitar antes del almuerzo. (se empieza a
levantar).
Natalio: ¿Te parece si te acompaño? Me encanta descubrir los rinconcitos de esta ciudad!
(Laura mira a Natalio y la mira a Eugenia. Natalio sigue hablando). Por Eugenia no te
hagas problema. Ella “odia” Colonia. Le parece un vejestorio muerto y aburrido. Seguro
que va a estar mejor en la posada, o tal vez haría bien en cambiar el pasaje de regreso
para el próximo ferry. (mirando a Eugenia) Hacé como quieras Euge, Chau!
(Natalio se para. La toma a Laura de la cintura y se van los dos caminando. Eugenia, en
la silla, los escucha charlar y reir mientras se alejan).
Natalio: (grita desde una distancia) Euge, si te quedás, no me esperes para la
siestaaaaa!!!!!
Apagón.